El enigma del hombre del sombrero de copa by Irene Adler

El enigma del hombre del sombrero de copa by Irene Adler

autor:Irene Adler [Adler, Irene]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Juvenil, Infantil
editor: ePubLibre
publicado: 2019-09-30T16:00:00+00:00


* * *

La dirección que nos había dado Almgren resultó ser la de una modesta pensión. En el cartel desconchado se leía el altisonante nombre PUITS À SOUHAITS, «pozo de los deseos», y confié en que se tratase de un buen presagio. Tal vez mi deseo de vengar la muerte de Asia se haría realidad aquella misma noche.

Arsène nos dijo por señas que lo siguiéramos hasta la parte trasera, donde, gracias a sus fiables ganzúas, consiguió abrir la puertecita de servicio en un santiamén.

Subimos la escalera de puntillas. Tras un rápido debate sobre si convenía dejarme fuera, Arsène y Sherlock habían acordado que era menos arriesgado tenerme siempre con ellos. Sherlock decidió que él se vería las caras con Kinzhal, mientras que Arsène se encargaría de protegerme.

Lupin y yo miramos con preocupación su brazo vendado.

—¡Oh, por el amor del cielo! —susurró Holmes por toda respuesta—. Si solo ha sido un arañazo, y ha dejado de sangrar.

Decidimos creerle y procedimos según su plan.

Después de cada tramo de escalera, Sherlock se movía despacio por el pasillo y escuchaba los ruidos circundantes. En las dos primeras plantas negó con la cabeza y nos indicó que prosiguiéramos, pero en la tercera un ruido atrajo su atención. Nos hizo una señal para escuchar, señalando la habitación del fondo del pasillo y yo también percibí un sonido extraño. Tres golpes y una pausa. Otros tres golpes similares y de nuevo una pausa.

—¡Un hombre que camina con bastón! —murmuré. ¡Debía de ser Kinzhal, y aquel paso trabajoso era fruto de su cojera!

Sherlock nos dijo por señas que permaneciéramos quietos detrás de un viejo armario de madera y prosiguió. Yo no podía ver nada, pero oí abrirse la puerta.

—¿Quién está ahí? —exclamó una voz con fuerte acento ruso, y yo me estremecí como si me hubiesen clavado un puñal. Era él. No podía olvidar aquella voz, era la misma que me torturaba en sueños.

—Eso no tiene importancia —dijo Sherlock irrumpiendo en la habitación.

Instantes después se oyó el ruido frenético de la pelea y un grito. No podía quedarme allí escondida. Quise intervenir, pero Arsène me retuvo con un agarre firme como una tenaza de acero.

—Podéis entrar —nos llamó Sherlock a los pocos segundos y solo entonces me soltó Lupin.

Noté de pasada que a Sherlock le salía sangre de la nariz. El mariscal Kinzhal estaba esposado al radiador. Parecía todavía más diminuto que cuando lo había visto la primera vez y el pelo pajizo le caía revuelto sobre la frente. Alzó los ojos hacia mí y me sonrió dejando ver los colmillos puntiagudos.

—¡La pequeña Romanov ilegítima! ¿Cómo estás, devushka? —siseó haciendo que se me helara la sangre en las venas, y en su mejilla apareció el hoyuelo que recordaba. Había una soberbia cruel en su mirada que no se había mitigado ni siquiera con la cojera, ni siquiera por el hecho de que lo hubieran esposado y se encontrara en evidente desventaja.

—¡Tú! —fue todo lo que pude decir, y me mordí los labios.

—Sherlock…, ¿habitualmente vas por ahí con unas esposas en el bolsillo? —le preguntó perplejo Arsène.



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